Cuando las palabras hieren: Cómo transformar la frustración en oportunidades para educar con empatía
Soy Laura Balado, educadora infantil, educadora de familias y profesionales de la educación, con años de experiencia acompañando procesos de aprendizaje y, sobre todo, aprendiendo de mis errores. Porque sí, como docentes somos humanos, nos equivocamos, pero lo importante es reflexionar, crecer y transformar.
«Perdí la paciencia por tu culpa.»
Para un niño o niña, esta frase no solo es un regaño pasajero, sino que puede convertirse en una creencia limitante que los acompañará mucho tiempo. Imagina escuchar algo como: «Es mi culpa que mi profe esté mal.» Estas palabras, dichas en un momento de frustración, tienen un peso emocional que los niños no siempre saben procesar, pero que sienten profundamente.
¿Por qué es tan dañino decir algo así?
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Responsabiliza emocionalmente al niño o la niña.
Los estudiantes no tienen el poder de controlar nuestras emociones como adultos. Cuando les decimos algo como «me haces perder la paciencia», les enviamos el mensaje de que son culpables de nuestras reacciones. Esto puede generar sentimientos de culpa y ansiedad innecesaria.
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Les enseña a cargar culpas que no les pertenecen.
Los niños en estas situaciones pueden desarrollar la idea de que siempre deben agradar o no «molestar», ignorando sus propias necesidades o emociones por miedo a provocar una reacción negativa en los demás.
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Refleja falta de autogestión emocional por parte del docente.
Como educadores, es nuestra responsabilidad manejar nuestras emociones, no proyectarlas sobre los estudiantes. Si no lo hacemos, podemos perpetuar dinámicas de poder dañinas y un ambiente poco seguro para aprender.
¿Qué podemos decir en su lugar?
El lenguaje importa. Cambiar nuestras palabras puede marcar una gran diferencia, no solo para los niños, sino para nosotras mismas como educadoras. Aquí tienes algunas alternativas:
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En lugar de: «Perdí la paciencia por tu culpa.»
Prueba: «Estoy teniendo un momento difícil, vamos a respirar juntos y empezar de nuevo.»
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En lugar de: «¿Por qué no entiendes esto todavía?»
Prueba: «Parece que esta forma no está funcionando, intentemos otra manera, lo conseguiremos juntos.»
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En lugar de: «Siempre haces lo mismo.»
Prueba: «Entiendo que esto te cuesta, vamos a buscar una forma diferente de hacerlo.»
Estas frases no solo desactivan la tensión, sino que modelan empatía, paciencia y autogestión emocional, valores que queremos transmitir a nuestros estudiantes.
Reflexión para docentes
Pregúntate a ti mismo/a:
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¿Qué es o quién te hace sentir esa culpa o malestar cuando algo no va como esperabas?
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¿De dónde viene esa frustración? ¿Es realmente responsabilidad del estudiante, o hay otros factores detrás?
Ejercicio práctico:
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Haz un inventario de tus frases en momentos de frustración.
Escribe aquellas frases que dices sin pensar, especialmente cuando sientes que pierdes el control. Ejemplos:
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«Siempre me haces perder el tiempo.»
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«Estoy cansado/a de repetir lo mismo.»
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«No sé qué hacer contigo.»
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Reescríbelas desde la empatía.
Imagina que un niño escucha esas frases. ¿Qué podrías decir para transmitir tu punto de vista sin herir? Ejemplo:
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En lugar de: «No puedo más con este grupo.»
Escribe: «Sé que podemos mejorar juntos, hagámoslo paso a paso.»
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Identifica de dónde viene tu malestar.
Dedica unos minutos a reflexionar sobre estas preguntas:
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¿Estoy proyectando algo que me preocupa o me supera?
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¿Qué puedo hacer para gestionar mejor mis emociones antes de interactuar con los niños?
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Practica técnicas de regulación emocional.
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Antes de reaccionar, respira profundamente durante 5 segundos.
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Cambia tu enfoque: en lugar de ver el comportamiento del niño como «malo», pregúntate qué necesita en ese momento.
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Si necesitas un momento, tómalo antes de responder. Está bien decir: «Dame un minuto y vuelvo contigo.»
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Ejemplo práctico
Imagina que un niño no se concentra en clase y tú estás agotada. En lugar de culparlo, haz una pausa y pregúntate:
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¿Está cansado?
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¿Está pasando algo fuera del aula que desconozco?
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¿Entiende lo que le estoy explicando o necesita más ayuda?
Si le dices: «Siempre estás distraído, me agotas», estás cerrando la puerta a su comunicación. Si, en cambio, pruebas con: «Veo que te cuesta concentrarte, ¿hay algo que pueda hacer para ayudarte?», estarás creando un espacio donde el niño se sienta escuchado.
Educar es acompañar, no proyectar.
Acompaño a maestros y educadores a reflexionar sobre estas dinámicas, a construir un lenguaje más empático y a encontrar herramientas que nos ayuden a gestionar nuestras emociones como profesionales. Porque educar no es solo enseñar, es cuidar, es construir vínculos seguros.
Cambiemos el «perdí la paciencia por tu culpa» por un «vamos a intentarlo juntos». Porque las palabras que usamos pueden construir o destruir, y todos queremos formar niños y niñas seguros de sí mismos, no cargados de culpas que no les pertenecen.
Bibliografía:
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Ginott, Haim G. (1995). Entre padres e hijos.
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Un clásico que aborda cómo el lenguaje afecta profundamente a los niños, aplicable tanto en el hogar como en la escuela.
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Freire, Paulo (1997). Pedagogía de la autonomía: Saberes necesarios para la práctica educativa.
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Un referente de la pedagogía crítica que invita a reflexionar sobre el respeto y la empatía en la relación educativa.
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Dweck, Carol S. (2017). Mentalidad: Cambia tu forma de pensar para alcanzar tu potencial.
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Este libro explica cómo las creencias que transmitimos a los estudiantes influyen en su forma de afrontar el aprendizaje.
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Faber, Adele y Mazlish, Elaine (2007). Cómo hablar para que los niños aprendan en la escuela y en casa.
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Un libro práctico con ejemplos de cómo las palabras de los educadores influyen en la motivación y autoestima de los niños.
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Rosenberg, Marshall B. (2006). Comunicación no violenta: Un lenguaje de vida.
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Una guía fundamental para aprender a comunicarse con empatía, ideal para docentes y educadores.
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